El jueves te fuiste a otro lugar, maestro, amigo.
Discúlpame si aproveché para dolerme y para llorar. Me aproveché de tu viaje, para llorarme a mí. Para soltar lo que hace años que no suelto, así que me aproveché de eso. Cuando ya no sienta tanta tristeza te voy a celebrar, te lo prometo y a celebrar a los que están conmigo.
Pero siento que hoy me toca otra cosa. Me toca descansar en que también hay dolor en la vida, en que se abre un vacío, en que ese vacío es más tuyo que del que se va. Y que si quieres vivir, vivir con intensidad, profundidad y compromiso, eso te va a doler.
Porque el que se va, sólo hace el camino hacia otro lugar, otra vida. Es una muerte que nos lleva a otra vida. De hecho mueres cada día. Y cada día renaces. Es un ciclo que no para nunca. Incluso hay quien dice que la vida sólo es una preparación de la muerte.
Dicen que con cada muerte regresas a duelos pasados. Que vuelven a tí las muertes, las muertes del pasado. Las muertes reales o las muertes simbólicas.
Y al morir tú, me acordé de todos los demás. Con cada recuerdo estos días, me he ido metiendo en mis propios espacios de soledad, esos que me cuesta tanto mirar y quedarme en ellos, sin escaparme.
Pero también me llevaste con tu partida a recordar a los que acompaño. A los que me confían su intimidad. Los que me dejan entrar en lo profundo de su dolor y respirar con ellos. A los que miro siempre con optimismo y les digo, como te dije un día a ti: Vamos a salir de esta, yo voy contigo.
Pero tú de esta no saliste. Te fuiste a otro lugar. Cambiaste, decidiste que ya fue suficiente y te fuiste.
Y en tu partida me acordé de él, de Marc. Que descubrió a los 7 años que los niños también mueren.
Eran las 9,30 de la mañana. El día anterior a las 17 h. murió una de nuestras alumnas, después de un proceso de cáncer. Un proceso muy largo, difícil y doloroso para cualquiera, pero siento que aún más para una niña de 12 años. Tú ya sabes de qué va eso ¿verdad?.
Estábamos esperando por si era necesaria nuestra intervención. Se lo iban a decir a todos los niños a la vez. La escuela fue impecable esos días.
Y entonces él abrió la puerta de golpe. Su tutora le dejó subir a Psicología a verme.
Me miró y me dijo:
-¿Sabes que los niños se pueden morir?
-Sí, le dije.
-¿Sabes que yo también me puedo morir?.
-Sí, le volví a contestar y le acerqué la mano.
Entonces rompió a llorar y me dijo…”Yo eso no lo sabía. Los niños no deberían morir”.
No, no deberían morir, pero mueren. Incluso mueren antes de nacer. Incluso sus madres deben parirlos a pesar de saber que están muertos.
Y hay gente que se va luchando y con mucho dolor. Y eso pasa, cada día. Pero también pasa que vivimos como si no fuéramos a morir nunca. Que no nos detenemos a explicar a nuestros hijos que la muerte existe, cada segundo más es un segundo menos.
Vivimos más en la cultura del: aquí no pasa nada, que en la cultura del sentirlo y vivirlo todo. Y la muerte sólo es una parte más. Por eso no duele, por eso nos asusta, por eso la palabra “muerte” nos parece tan fea.
De la vida se aprende, de la muerte también. Hay personas que te inspiran más por cómo mueren que por cómo viven. Deberíamos saber mirar más y mejor…
Deberíamos…deberíamos tantas cosas amigo.
Así que he decidido quitar los debería de mi vida. Para llenarla más de los quiero y de los que quiero.
Los niños también mueren…¿Y qué le dices a un niño cuando se rompe ahí?. ¿Qué decirle a un niño cuando pierde la inocencia en ese justo momento?.
Cuando lo que te gustaría es ponerte a llorar con él, porque también te duele. Porque tampoco lo entiendes.
Lo que necesita un niño es la voz de un adulto o sus brazos. Un adulto que también le diga precisamente eso, que no lo entiende. Que le hable de lo que es la muerte para él, de cómo la vive, de cómo duele, de qué hacer con eso. Incluso hay gente que la celebra como un traspaso hermoso.
Hablar de lo que uno cree. De si las estrellas en el cielo son aquellos que se fueron y nos cuidan desde allí. De si volveremos en otra vida. De si después de la muerte no hay nada más. De que quizá los que se van, siempre viven en nosotros en cada gesto, en cada palabra, en cada costumbre…
Hablar, compartir, decir que no se sabe todo, que nos duele como a ellos. Que los duelos existen y son largos. Unos más que otros. Que después del dolor también vuelve a llegar la alegría porque nada es para siempre. Y todo pasa si lo navegas, si lo atraviesas, si le das espacio, si tiene su lugar en tu vida.
Cada vez me das más respeto esta profesión nuestra de estar al servicio. Me da respeto por la belleza de la persona a la que acompañamos, pero también por la humildad que necesitamos nosotros en lo que hacemos.
Porque en realidad el material con el que trabajamos es el más valioso del mundo.