Es cierto que muchas personas me identifican por mi trabajo con niños y niñas, o adolescentes.
Es cierto sí.
Pero también soy psicoterapeuta de adultos.
Y ayer tuve una sesión de aquellas jugosas con María.
Ella educada para quedar bien, para enseñar lo que toca enseñar, para gustar (me)…porque a eso dedica muchas veces la sesión, a gustarme.
Así que ayer le pedí que sin más se pusiera bien cómoda.
Que se quitara lo que le diera la gana.
Todo lo que sobraba, como si yo no estuviera delante. Que a mí lo que me gustaba era la fiesta que sucede detrás del escenario, porque de falsos está el mundo lleno.
Y le pedí más…
Que lo quería ver todo.
Lo que no dice, lo que no enseña, sus grandes cabreos acumulados, sus ganas de vengarse…
Que llenáramos la habitación de todo lo que le esconde a los demás.
Que yo no me iba a ir a ningún lugar.
Que me quedaba con ella.
Y para eso puse un pie descalzo suavemente encima de su pie… diciendo: yo me quedo contigo.
Y son muchas mujeres así.
Y son muchos hombres también los que vienen a descansar. A descansar de sí mismos, de la presión social de proveer, alimentar, cuidar, de ser correctos y hacer/decir/sentir lo correcto. Aprender a expresar emociones, ser los mejores en la cama, ser padres «alternativos» como ningunos, Hombres todopoderosos!. Hombres que también están hartos.
Aunque de lo que me gustaría escribir hoy, es de otra cosa.
Hace unos dos meses hice una mediación entre alumnos de 5º curso.
El tema era que dos niñas, a las horas de Educación física molestaban sin parar a un compañero. Un niño bastante tímido.
Después de estar 3 semanas aguantando eso, él empezó a hacer lo mismo que hacían ellas: empujar, molestar y burlarse.
El tema fue que acabaron pegándose los tres.
No voy a entrar en más detalles. De cómo se llegó a eso, de porqué algún adulto no se dió cuenta, etc, etc. Estas cosas suceden en los grupos. Cada día.
La cuestión de la que quiero hablar es otra. La que me pusieron ellos sobre la mesa. Solucionaron el tema, lo hablaron, se disculparon y perdonaron mutuamente…pero durante dos semanas estuvieron muy angustiados.
Finalmente les propuse una mediación para saber qué les estaba pasando en realidad.
Y lo que les pasaba es que aquél día, se dieron cuenta de que ellos también pueden ser «malos», agredir y hacer daño. Y descubrir esa parte oscura/ocultada/no reconocida suya, fue un impacto.
¿Qué pasa cuando la mala soy yo?.
Aquí me quiero parar yo un momento. Educar en el amor está bien, en el respeto, en la democracia, en la solidaridad…Pero también en el reconocimiento de que hay partes nuestras no tan agradables, ni tan luminosas, ni tan tranquilas, ni buenas, ni adecuadas….Hay partes nuestras que no son tan premiadas y que se nos dice que no enseñemos y nos pasamos la vida no enseñando lo que nos acaba aprisionando, ahogando y conduciendo en muchas ocasiones.
Y a los niños se les dan esos mensajes: déjame bien delante de los demás, no mientas, pero mentimos descaradamente delante de ellos, les pedimos que no expliquen nuestra intimidad y explicamos la suya tan alegremente como si no estuvieran, les pedimos y pedimos algo que no sabemos hacer nosotros.
Si de verdad queremos un cambio educativo (los que lo quieren claro está, porque oposición tenemos muchísima y recortes aún más) hay que educar también en eso.
Educar en reconocer los defectos, en lo que hay en nosotros que no gusta. O que puede no gustar a los demás.
Y como padres y madres eso precisamente debemos enseñar. Que ni lo sabemos todo, que nos cansamos, que nos enfadamos, nos equivocamos y hacemos daño.
Sí señores, también hacemos daño a los demás.
Educar desde el Amor y con Amor, sabiendo que a veces salen partes de mí que hacen daño. Al otro y a mí.
Sino volvemos a educar en la mentira.
En creer que TODO ahora debe estar centrado en el bienestar del niño o niña y esto no es cierto. Ellos no lo son todo, son parte de un todo más grande.
Parte muy importante y acompañar, sin juzgar esas zonas suyas que no son tan socialmente valoradas también es educar. Eso es educar en la autenticidad.
Educar en hablar claro, de forma asertiva, en responsabilizarse de uno, en acompañarse uno, en darse tiempo a uno mismo. Eso es educar en autoestima y en buen autoconcepto. Cada vez son más los menores que llegan a consulta y que el único problema que tienen es una baja autoestima. Algo se nos escapa sí, algo grande.
Es como si ahora que tenemos claro que necesitamos la transformación educativa, el objetivo sea transformar por completo la relación que tenemos con nosotros mismos. Si no lo hacemos así, ¿qué es lo que queremos transformar y educar?. ¿Lo queremos hacer desde los libros otra vez?, ¿desde la mente?, ¿desde lo cognitivo?.
Más de lo mismo entonces.
Educo desde lo que soy y si no sé lo que soy, mejor me dedico a otra cosa. Necesitamos saber qué estamos poniendo nosotros, lo potenciador y lo no tan potenciador en el proceso educativo.
Y ya puestos a escribir, digo que nos sobran educadores no vocacionales. Ese es también uno de los principales problemas en educación a resolver. Entrar en educación por una plaza o un puesto de trabajo sin ser consciente del material que hay en las aulas. Eso , la verdad, es que nos dificulta mucho el trabajo a todos los demás.
Que llegue un día que los niños y niñas no se asusten porque son malos, que los “malos” no sean tan castigados, que sean parte y puedan formar parte sin tanto esfuerzo en hacerse ver. Que la rabia sea acogida como lo que es, una energía impulsora y generadora de límites sanos, que no se convierta en violencia, después muy difícil de combatir.
Si me tengo que quedar con algo de lo escrito, me quedo con dos imágenes de lo que os he contado. El descanso de María que a los 50 años ha podido enseñar eso tan “feo” que no le permitían enseñar y por fin ha podido dejar la medicación. Por fin hay alguien en el mundo que la ha visto como es. Ahora incluso disfruta al mirarse en el espejo.
Y la segunda imagen es la cara de mis alumnos cuando me decían que ellos también son malos.
Ojalá llegue un día en que nadie se sorprendra de haber sido malo, de darse el permiso de ser el malo/el no correcto, de hacerlo mal y no castigarse por ello, Ojalá.